Periodista
Crónica de un olvido: "A pesar del Alzheimer, mi abuelo me enseñó que el amor no pierde la memoria"
Hugo Ramírez tiene 78 años y tanto su familia como él, se enfrentan hace 5 años a esta enfermedad. "La negra", su nieta de 23 años, es el único recuerdo que permanece latente en su día a día.
Hugo Ramírez es padre de cuatro hijos y abuelo de 11 nietos. Pisa los 80 años; ya no tiene cabellera, pero sí una gran sonrisa que lo distingue y roba miradas cargadas de un brillo latente en los ojos de sus familiares. Sobre todo, las de su mujer y su nieta.
Melanie Ramírez, "la negra", es su nieta de 23 años. A la vez, es quien se encarga de robarle más de un centenar de sonrisas que, a pesar de tener varios huecos en el medio, cargan una ternura y cariño que impactarían a cualquier persona.
En 2020, Hugo fue diagnosticado con Alzheimer. Su mamá, de quien sólo a veces se acuerda tras fallecer hace 10 años, padecía la misma enfermedad. Pero Hugo la recuerda, en ocasiones, al ver a su esposa.
Las sospechas del Alzheimer en la familia comenzaron cuando Ramírez, caracterizado durante toda su vida por la complicidad que mantuvo siempre con sus nietos más grandes, comenzó a pasarles billetes de $ 100 por debajo de la mesa. En su mente, eran de $ 1000.
Hace más de tres años, Melanie, sus tíos y la compañera de vida de Hugo, ven morir paso a paso cada uno de los recuerdos del pilar fundamental de la familia. Y con él, un pedacito de sus almas.
La memoria de Hugo se apaga poco a poco. A veces, algunos recuerdos surgen. Con ellos, también aparecen las confusiones; como si fueran un pequeño foco que, antes de apagarse para siempre, largan unos pequeños destellos como aviso de un final impostergable.
Los momentos, teléfonos, vacaciones, direcciones y, aunque duelan mucho…los nombres y rostros, se borran. En algún momento, este conjunto le dio sentido a la vida de Hugo; como si se tratase de un motor.
El Alzheimer trae consigo distintos cambios que aquejan, no sólo a la víctima de esta enfermedad descubierta en Alemania, sino también a sus familiares. Desde el diagnóstico, la rutina de Hugo y de su entorno, sufrió un giro de 360 grados.
Con simpatía y de fondo unas luces tenues, Melanie Ramírez abre la puerta un día soleado y da paso a una humilde entrevistadora. Las emociones al hablar de su abuelo comienzan a ser notadas en el ambiente tan pronto se sienta en la mesa central.
"Hay microsegundos donde él se da cuenta que olvida las cosas y dice, como si fuera un niño, ‘estoy loco, perdón’", relata con una sonrisa nostálgica.
Y es que la sensibilidad de Melanie también tiene sus fundamentos en la intensidad con la que Hugo elige vivir a pesar del Alzheimer. Por decisión propia, Hugo continúa realizando sus actividades cotidianas. Como puede, claro. Su familia, que lo acompaña día a día, a veces da el brazo a torcer y deja de lado el miedo a que le suceda algo. Casi como si se tratase de una célebre representación de la frase "lo que será, será".
"La abuela Mari", esposa de Hugo, lo manda en ocasiones al mercado ubicado frente a su casa para que realice sólo una compra por día. Como niño a la escuela, no le pierde rastro: lo acompaña con una observación rigurosa desde la puerta de casa.
Mari, a veces frustrada por ser confundida con otras personas -no siempre son de su agrado-, se destaca como eterna compañera de vida y de lucha. Los roces matrimoniales típicos desaparecen en cuanto ve la sonrisa de su compañero, y también cuando entre ambos vuelven al hogar que construyeron juntos.
El relato de Mari concuerda con el de Melanie. Hugo, a quien uno lo primero que le ve son sus ojos color cielo, ya no permanece despierto todo el día y con ganas de darle un beso a su esposa para salir a trabajar con sus hijos.
Ante el micrófono, Mari describió: "Está decaído. Antes se levantaba a las 7 y no paraba hasta la noche. Ahora, a las 9 toma el desayuno y se vuelve a acostar hasta las 11".
La enfermedad es así: provoca cambios, no distingue, arrasa, no deja nada. Melanie opta por reflexionar, y dice: "No queda nada, hasta que queda algo…o alguien". Cual berrinche infantil, Hugo se niega a comer cuando "la negra" no va a almorzar. Su deseo es que le corte la comida. Bueno, al menos bajo eso se escuda.
"¿Y la negra?, ¿Dónde está?, ¿Por qué no viene?", repite Hugo. Su nieta es la única de la familia que no desaparece fugazmente de su memoria. El vínculo es recíproco, y Melanie remarca: "Mi abuelo me enseñó que el amor puede contra todo. El amor no pierde la memoria".
Los micrófonos se cierran, al igual que la memoria. La familia Ramírez se agarra de las manos y, orgullosamente, prometen continuar cumpliendo el rol de guardianes de los recuerdos hasta el final. Entre lágrimas, "Mela" finaliza: "No sé cuándo se apagará la luz que ilumina mi camino, que es mi abuelo. Pero yo voy a seguir siendo la chispa que lo mantiene vivo".
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