Una argentina sobrevivió al terremoto en Marruecos: "Pensaba que podía morirme en cualquier momento"
Yamila Dittler es una ciudadana argentina que estuvo en Marruecos en el momento del terremoto terrible que sacudió al país y dejó un saldo de más de mil muertos. Tiene 35 años, nació en la localidad de La Tablada, provincia de Buenos Aires, vive en el barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires, es agente inmobiliaria y estaba en Marrakech, capital turística de del país.
El lunes 4 de septiembre había llegado junto a una amiga. Su plan de vacaciones pretendía extenderse hasta el domingo 17. Incluía la celebración de su cumpleaños, el martes 12. Terminó antes y abruptamente. El 10 de septiembre se subió al primer avión que consiguió: un vuelo con destino a Egipto. Vivió en dos Marruecos distintas: la exótica, vertiginosa y amable que conoció, y la otra, la que brotó con el terremoto y parió un país en shock, en pausa, en luto.
El viernes 8 de septiembre tenía lo puesto. El celular y la documentación guardados en los bolsillos. No volvió al hotel. Cenó en el restaurante Cappuccino Maroc, ubicado en la esquina de las avenidas Ibn Al Khattib y Echouhada. Pidió una ensalada griega. Se la trajeron. No alcanzó a comerla. Eran las 23:11 de la noche.
"Lo primero que sentí fueron pedacitos del techo cayendo en el plato. Pensé que se desmoronaba el edificio. Estaba sentada en la parte de mesas del interior. Al segundo que caen los pedazos, empieza a temblar todo", relató Yamila. El temblor corroboraba su análisis inmediato: el edificio se estaba derrumbando. "Como si fuera una película de esas que uno imagina que no pasan en la vida real".
Reaccionó cuando notó que no era la única protagonista del desastre. El restaurante estaba lleno de comensales. "Todos empezaron a correr hacia la salida. Hice lo mismo. Corrí hacia donde veía una salida. Es complicado describirlo, pero correr mientras el suelo tiembla a tus pies hace que te desbalancees". Yamila no cayó. Su amiga tampoco. Pronto estaban afuera. Las caras de los demás representaban la angustia y el pánico. Ella ni nadie entendía lo que estaba pasando. Pensó en un atentado. Pensó en un desperfecto en la ingeniería del edificio.
"Cuando logré salir a la calle, me di cuenta de que estaba pasando lo mismo en todos lados. Todo temblaba y todo se desmoronaba", contó. Su instinto le dictó un plan de huida básico, compuesto por sólo dos órdenes: agarrar la mano de su amiga y correr hacia un sitio abierto. La adrenalina le hizo perder el sentido del tiempo. Habían sido solo diez segundos de temblor. "Cuando empecé a ver que lo que temblaba no era el edificio donde estaba sino toda la ciudad sentí mucho terror, que no había un lugar donde estar a salvo. Lo único que pensaba era que me podía morir en cualquier momento".
Volvió al hotel donde descubrió los mismos rostros de pánico, la misma incertidumbre colectiva. Se había propuesto una misión expeditiva: agarrar el pasaporte, la billetera y huir a la intemperie, "Cuando pasan cosas así y estás lejos de tu país, en lo único que pensás es en cómo volver a casa", aseguró.